Todo se acelera. La velocidad es un emblema de esta época.
El vértigo se impone y corremos en varias direcciones. O también podemos intentar acercarnos a los ritmos naturales, donde todo tiene su proceso: su propio tiempo. Y esto, quizás, pueda resultar una manera diferente de estar en el mundo.
El movimiento slow, como se lo conoce en occidente, es una tendencia cultural que surge a partir de las ideas del libro “Elogio a la lentitud” del periodista canadiense, Carl Honoré. El libro, entre otras cosas, resulta una invitación a salir del apuro, a descubrir el valor intrínseco del camino, de cada uno de los procesos con el que llevamos adelante nuestras vidas cotidianas.
Sin embargo, sobre fines del siglo XX, con el avance consumado del modelo de producción y descarte; nuestras abuelas y abuelos, a pesar de no haber leído el best seller de Honoré, por caso también formaban parte de este movimiento. Ellas y ellos, le daban tiempo a cocinar, a repara, a cuidar de las plantas. Estaban elogiando la lentitud y palpando las experiencias de la vida.
Claro que las épocas son otras, y que no es fácil bajar un cambio con la estructura social pensada para lo contrario Pero lento no es sinónimo de poco efectivo, y menos de aburrido.
El movimiento slow, reivindica el estado mental de presencia, como la vía para el desenvolvimiento de nuestra energía vital. Entrar en el flujo de los procesos conlleva a una disminución del estrés, mejora de la salud y calidad de vida. Todas cuestiones que a su vez, impactan colectivamente.